Lo
que me impresionó desde el principio fue la simplicidad de su escritura, el
cuidado exacto de los detalles, el fabuloso interés por la cotidianidad de la
gente -exactamente, de la gente modesta, pobre, gris, misteriosa (sin misterio
apreciable), aduladora, envidiosa, que nace, vive y muere. Su escritura es tan
normal, tan cercana a las pequeñas cosas de la vida que a mí me parece que el
escritor ruso ha contribuido como nadie a la destrucción del barroquismo
literario y que esto lo ha hecho de una forma casi inconsciente y por razones de
honorabilidad personal, es decir, por un afán de autenticidad y de verdad que se
le han impuesto personalmente. La dirección de la literatura no es otra, en
cualquier país, que ésta. Chéjov adora la literatura del conde Tolstói, como es
perfectamente natural. Consideraba a Dostoievski un autor pretencioso,
escasamente objetivo y de relativa humanidad. La descripción que hace de los
rusos y de la Rusia de su tiempo no se puede comparar con nada de lo que se
escribió en los diferentes países de la Europa de entonces. En este aspecto no
creo que haya precedentes: el alcoholismo, la superstición, el convencionalismo,
la ignorancia, la sensualidad, el aburrimiento, el tedio, la manía de hablar, de
filosofar, la pasión de la labia inseparablemente unida a la incapacidad para la
acción, a la gandulería, a la inutilidad de la cultura, al patrimonio ficticio,
a la ineluctabilidad del clima, al criticismo ciudadano, a la sucesión de los
éxitos y los fracasos. A la nada absoluta y total. Chéjov es el notario
vastísimo de la Rusia de su tiempo. Fabuloso escritor, de un gusto exquisito, de
una expresividad eficaz, cultísimo, sencillo, simple, real, que es lo más
difícil.
Josep
Pla
Diccionario Pla de literatura
Foto:
Antón Chéjov
No hay comentarios:
Publicar un comentario