‘DE LA ESTUPIDEZ A LA LOCURA’, LA OBRA PÓSTUMA DE UMBERTO ECO
31 OCTUBRE, 2016
Ha visto la luz en español con Lumen después de su muerte en febrero pasado. De hecho tampoco la vio viva en italiano: la entregó días antes de morir, y que reúne una selección de artículos seleccionados y revisados por él mismo, pequeños momentos de su genio intelectual y del que ya sólo podremos disfrutar como lo que es, un clásico.
Una frase de Eco para poder comprender a qué se refiere con este ensayo y su título: “Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famosos y estar en boca de todos. La mayoría querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta […] En el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo”. Tiene mucho sentido y hace referencia a otra frase célebre, la de Andy Warhol, que aseguraba que todo el mundo tenía derecho a sus 15 minutos de fama.
En el mundo real y virtual actual son una buena síntesis de lo que ofrece ‘De la estupidez a la locura’ (Lumen, 13 euros), compendio personal de los artículos que retratan esa vertiente social de la fama a toda costa y cómo ha cambiado la cultura humana a todos los niveles y en todas las civilizaciones posibles. Todos ellos fueron publicados en prensa durante quince años. En estos artículos se pasean gente relevante pero también muchos de sus personajes de ficción, suyos o ajenos, desde el cómic a James Bond. Y de fondo la nostalgia de aquel mundo perdido en el que todo parecía ir más despacio y dejar más espacio para la reflexión.
Eco siempre mantuvo que el mundo había acelerado por el camino más perverso posible, avisaba de que internet se convertía en una plataforma anárquica (que no anarquista) donde la lucidez y la estupidez quedaban totalmente igualadas por el nivel más bajo posible. Una gran distancia a ese mundo pre-internet en el que cada argumento necesitaba, al menos, de cierta base de trabajo para no caer en la simple propaganda y la mentira. Eco reflexiona irónicamente sobre el poder y sus instrumentos, la crítica a un consumismo que nos llena de cosas la vida pero nos la vacía de pensamientos maduros y elaborados. Básicamente el mismo filósofo con espíritu de gran sarcástico.
El ensayista, el filósofo incansable
Umberto Eco dio contenido y sentido a la palabra “humanista”, quizás uno de los últimos. Primero por la inteligencia sutil que usó siempre, con críticas mordaces y nunca virulentas. Tenía la suavidad de un cuchillo silencioso envuelto en seda. Nada que ver con la tradición contemporánea del gritar más alto y exagerar más que el resto para hacerse notar. Un párrafo suyo valía más que decenas de libros de muchos otros. Segundo porque se multiplicó para abarcar más y mejor: fue semiólogo, filósofo, ensayista, novelista, columnista y una de las voces más elegantes del periodismo italiano, al que ayudó como pudo mientras Berlusconi y el resto de hienas contemporáneas de los márgenes de la civilización trituraban la cultura del país transalpino.
Y finalmente tercero porque a la inteligencia sutil y la polivalencia unió el sentido del humor y esa capacidad que tiene todo filósofo que se precie, no el común de los mortales, de ver el bosque y no las copas de los árboles. Y eso que él odió como pocos la manía humana de crear ídolos (él lo era): “Sabiduría no es destruir ídolos, es no crearlos nunca”. En esta Europa decadente que convulsiona por sus incongruencias Eco ejercía de faro en la costa en medio de la tormenta. Y hoy esa misma Europa que retrató tantas veces en sus múltiples facetas, queda más huérfana, más pobre y con menos futuro. La llama ya no se verá en el mar picado.
Una ayuda inestimable que se tradujo en más de 20 ensayos de semiótica, filosofía, lingüística, ética, estética… incluso periodismo, comunicación e historia. Eso sin contar con su otra faceta más popular para el gran público, el de novelista, que se tradujo en ‘El nombre de la rosa’ (1980), ‘El péndulo de Foucalt’ (1988), ‘La isla del día de antes’ (1994), ‘Baudolino’ (2000), ‘La misteriosa llama de la Reina Loana’ (2004), ‘El cementerio de Praga’ (2010) y la última, ‘Número cero’ (2015). En todos ellos usaba personajes-llave que viajaban, bien en su memoria, en la Historia, en mentiras previas y posteriores, pero siempre hacia algún lugar que era la conclusión de las premisas. Filósofo hasta las meninges el señor Eco.
Eco fue, sobre todo, una llama juguetona, humana y crítica, el espejo en el que mirarse, un hombre severo y cómico a la vez, que ejerció de guía para varias generaciones de estudiosos o lectores. Esa tranquilidad con la que arremetía contra los excesos de la posmodernidad, la democratización mal hecha del conocimiento en el que la ignorancia campa a sus anchas y cada voz, pero rebajada y estúpida que sea, tiene el mismo valor. Nos alertó sobre los cánones estéticos que nos aprisionan, sobre cómo Europa regresa hacia sus puntos de partida tardomedievales, sobre la vigencia de la Ilustración en pleno proceso de deconstrucción de la misma en los tiempos actuales, pero especialmente sobre cómo el poder usa los medios de masas para arrinconar, modelar y velar, tres verbos muy peligrosos.
Entre sus ensayos destacan un puñado de títulos que son como peldaños de una escalera ascendente hacia un nivel de conciencia cultural superior, como ‘Apocalípticos e integrados’ (1965) ,’Obra abierta’ (1962) y el ‘Tratado de semiótica general’ (1975, una de sus mejores aportaciones a la semiótica), pero también ‘Diario mínimo’ (1963), ‘La estructura ausente’ (1968), ‘La forma y el contenido’ (1971), ‘El signo’ (1973), ‘El super-hombre de masas’ (1976), ‘Lector in fabula’ (1979), ‘Semiótica y filosofía del lenguaje’ (1984), ‘Los límites de la interpretación’ (1990), ‘Seis paseos por los bosques narrativos’ (1990), ‘La búsqueda de la lengua perfecta’ (1994), ‘Kant y el ornitorrinco’ (1997), ‘Cinco escritos morales’ (1998).
Luego llegaron ‘La Historia de la Belleza’ (2005) y su contraria ‘La Historia de la Fealdad’ (2007), ‘La nueva Edad Media’ (2010, muy recomendable visto cómo es la deriva actual de Europa, que parece empeñada en darle la razón), el reivindicativo ‘Nadie acabará con los libros’ (2010, escrito junto a Jean Claude Carrière) y un guiño final que dice mucho de él, ‘Historia de las tierras y los lugares legendarios’ (2013). También ejerció de crítico literario tan mordaz y cómico como contundente, de los que arrancan seguidores fieles. Y como buen hijo del siglo XX sacó la fusta contra los excesos “onanistas y narcisistas” de los nuevos tiempos, donde internet y el ordenador llevan a la Humanidad a un ciclo cuasi-infantil del que Eco renegó parcialmente.
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