Entrevista a Simone de Beauvoir 25 años después de “El Segundo Sexo”
Por Pamela Muñoz Martínez
El haber abordado la condición femenina desde un punto de vista psicológico, antropológico, sociológico, histórico y político significó el trabajo de la filósofa Simone de Beauvoir. El Segundo Sexo, el ensayo más conocido de la francesa, publicado en 1949, considerado como una de las mejores investigaciones sobre la situación de la mujer, se convirtió en una obra fundamental para la historia del feminismo. Incluso, para muchos fue la obra que desató el movimiento feminista contemporáneo.
Como obra de la literatura clásica se postuló como punto de partida teórico para el pensamiento feminista; Simone fue una de las principales mujeres del movimiento existencialista en aceptar su propia labor en la sociedad como filósofa, atea y escritora.
Una de las razones por las que esta obra resulta fundamental para la mujer, y para el movimiento feminista, es la manera en la que se analiza la situación de género; Beauvoir explica el tema a través de una visión biológica, psicoanalítica y económica, lo que permitió concluir que para una auténtica liberación y emancipación de la mujer se debe trabajar paralela y separadamente de la lucha de clases: el principal problema a enfrentar no es ideológico sino económico.
En 1976, el pintor y activista español Fernando Gerassi realizó una entrevista a su también amiga Simone de Beauvoir, en la que se exponen las opiniones de la escritora respecto a las secuelas sociales que dejó su obra.
Gerassi – Usted dice que su propia conciencia feminista surgió de la experiencia de escribir El Segundo Sexo, ¿Cómo ve usted la maduración del movimiento después de la publicación de su libro en términos de su propia trayectoria?
Beauvoir – Al escribir EL Segundo Sexo tomé conciencia, por primera vez, de que yo misma estaba llevando una vida falsa, o mejor, estaba beneficiándome de esta sociedad patriarcal sin percibirlo. Sucede que muy temprano en mi vida acepté los valores masculinos y comencé a vivir de acuerdo con ellos. Claro, me fue muy bien y eso reforzó en mí la creencia de que hombres y mujeres podrían ser iguales si las mujeres quisieran esa igualdad. En otros términos, yo era una intelectual. Tuve la suerte de pertenecer a una familia burguesa, que, además de financiar mis estudios en las mejores esuelas, también me permitió jugar con las ideas. Por eso, conseguí entrar en el mundo de los hombres sin muchas dificultades. Mostré que podía discutir filosofía, arte, literatura, etc., al mismo “nivel de los hombres”. Yo conservaba todo lo que fuera propio de la condición femenina para mí. Mi éxito me motivó a continuar, y al hacerlo vi que podía sostenerme financieramente, como cualquier intelectual del sexo masculino, y que a mí me tomaban en serio tanto como a cualquiera de mis colegas de sexo masculino.
Siendo quien yo era, descubrí que podría viajar sola si quisiese, sentarme en los cafés y escribir, y ser respetada como cualquier escritor del sexo masculino, y así por delante. Cada etapa fortalecía mi sentido de independencia e igualdad. Por lo tanto, se volvió muy fácil para mí olvidar que una secretaria nunca podría gozar de estos mismos privilegios. Ella no podría sentarse en un café y leer un libro sin ser molestada. Raramente ella sería invitada a fiestas por sus “dotes intelectuales”. Ella no podría recibir un préstamo o comprar una propiedad. Yo sí. Es más, yo acostumbraba despreciar el tipo de mujer que se sentía incapaz, financieramente o espiritualmente, que mostraba su pendencia a los hombres. De hecho, yo pensaba para mis adentros, “si yo puedo, ellas también pueden”. Al investigar y escribir EL Segundo Sexo fue que percibí que mis privilegios resultaban de haber abdicado, en algunos aspectos cruciales por lo menos, a mi condición femenina. Si pusiéramos lo que estoy diciendo en términos de clase económica, tal vez sea más fácil de comprender, yo me había vuelto una colaboracionista de clase.
A través de EL Segundo Sexo tomé conciencia de la necesidad de lucha. Comprendí que la gran mayoría de las mujeres simplemente no tenía la posibilidad de elección que yo había tenido; que las mujeres son, de hecho, definidas y tratadas como un segundo sexo por una sociedad patriarcal, cuya estructura entraría en colapso se esos valores fuesen genuinamente destruidos. Así como para los pueblos dominados económica y políticamente, el desenvolvimiento de la revolución es muy difícil y muy lento. Primero, las mujeres tienen que tomar conciencia de la dominación. Después, tienen que creer en la propia capacidad de cambiar la situación. Aquellas que se beneficiaron de su “colaboración” tienen que comprender la naturaleza de su traición. Y finalmente, las que tienen más a perder por tomar posición, quiero decir, mujeres que como yo, buscaban una situación confortable o una carrera exitosa, tienen que estar dispuestas a arriesgar su situación de seguridad – mismo que sea exponiéndose al ridículo – para alcanzar el respeto propio. Tienen que entender que sus hermanas, las más explotadas, serán las últimas a juntarse a ellas.
Una esposa de obrero, por ejemplo, es menos libre para unirse al movimiento. Ella sabe que su marido es más explotado que la mayoría de las líderes feministas y que él depende de su papel de madre/ama-de-casa para sobrevivir. De cualquier forma, por todas esas razones, las mujeres no se movilizaron. Hubo algunos pequeños movimientos bien interesantes, muy inteligentes, que lucharon por promociones políticas, por la participación de las mujeres en política, en el gobierno. Me refiero a esos grupos. Entonces llegó 1968 y todo cambió. Sé que algunos eventos importantes acontecieron antes de eso. EL libro de Betty Friedan, por ejemplo, fue publicado antes de 1968. En realidad, las mujeres norte-americanas ya estaban movilizándose en esa época. Ellas, más que nadie, y por razones obvias, estaban concientes de las contradicciones entre las nuevas tecnologías y el papel conservador de mantener a las mujeres en la cocina. Con el desarrollo de la tecnología -como poder del cerebro y no de los músculos – la lógica masculina de que las mujeres sean el sexo frágil y por eso, deban representar un papel secundario no puede más ser sostenida. Como las innovaciones tecnológicas eran muy difundidas en los Estados Unidos, las mujeres norte-americanas no escaparon a las contradicciones.
Por eso fue natural que el movimiento feminista tuviese su mayor ímpetu en el corazón del capitalismo imperial, aunque ese ímpetu hubiera sido estrictamente económico, esto es la reivindicación por salarios iguales, trabajos iguales. Pero fue dentro del movimiento anti-imperialista donde la verdadera conciencia feminista se desenvolvió. Tanto en el movimiento contra la Guerra de Vietnam en los EEUU cuanto luego después de la rebelión de 1968 en Francia y en otros países europeos, las mujeres comenzaron a sentir su poder. Al comprender que el capitalismo lleva necesariamente la dominación de los pueblos pobres en todo el mundo, millares de mujeres comenzaron a adherir a la lucha de clases – mismo cuando no aceptaban el término “lucha de clases”.
Ellas se volvieron activistas. Adhirieron a las marchas, demostraciones, campañas, grupos clandestinos, militancia de izquierda. Lucharon a la par de cualquier hombre por un futuro sin explotaciones, sin alienaciones. Pero ¿qué sucedió? En los grupos u organizaciones a los que adhirieron, descubrieron que, así como en la sociedad que intentaron combatir, también fueron tratadas como el segundo sexo. Aquí en Francia, no me arriesgo a hablar también de los EEUU, ellas se dieron cuenta que los líderes eran siempre los hombres. Las mujeres siempre eran las dactilógrafas y las que servían el café en los grupos pseudo-revolucionarios. Bueno, tal vez no debería decir pseudos, muchos de los participantes de esos movimientos eran revolucionarios genuinos. Pero fueron trenados, educados y moldeados en una sociedad patriarcal, estos revolucionarios trajeron estos valores para dentro del movimiento. Comprensiblemente, estos hombres no iban a dejar de lado sus privilegios y valores voluntariamente, así como la clase burguesa no dejaría su pseudo poder voluntariamente. De esta forma, así como cabe al pobre tomar el poder del rico, también cabe a las mujeres tomar el poder de los hombres.
Esto no quiere decir que las mujeres deban dominar a los hombres. Significa establecer igualdad, así como el verdadero socialismo establece igualdad económica entre todos los pueblos, el movimiento feminista aprendió que tendría que establecer igualdad entre los sexos sacando el poder de la clase que lideraba el movimiento, o sea, de los hombres. Colocándolo en otros términos: una vez dentro de la lucha de clases, las mujeres percibieron que no quedaba eliminada automáticamente la lucha de sexos. Fue ahí que yo tomé conciencia de lo que acabo de decir. Antes de eso, estaba convencida de que la igualdad entre hombres y mujeres sólo era posible con la destrucción del capitalismo ().
La igualdad entre hombres y mujeres es imposible en el sistema capitalista. Si todas las mujeres trabajaran tanto cuanto los hombres, ¿qué sucedería con esas instituciones de las cuales el capitalismo depende: como iglesias, casamiento, ejército y los millones de fábricas, negocios, etc. que dependen del trabajo de medio turno y mano barata? No es verdad que la revolución socialista establece necesariamente la igualdad entre hombres y mujeres. Mire lo que sucedió en la Unión Soviética o en Checoslovaquia, (mismo si estuvimos dispuestos a llamar esos países como “socialistas”) donde hay una confusión profunda entre emancipación del proletariado y emancipación de la mujer. De alguna forma, el proletariado siempre termina siendo constituido de hombres. Los valores patriarcales permanecieron intactos, tanto allá como aquí. Y eso – esa conciencia entre las mujeres que la lucha de clases no engloba la lucha de sexos – es lo nuevo. La mayoría de las mujeres sabe eso ahora. Esa es la mayor conquista del movimiento feminista, es la que va alterar la historia en los próximos años.
Gerassi – Pero esa conciencia está limitada a las mujeres que son de izquierda, mujeres comprometidas con la reestructuración de toda la sociedad.
Beauvoir – Bueno, claro, ya que las otras son conservadoras, lo que significa que quieren conservar lo que fue o lo que es. Mujeres de derecha no quieren la revolución. Ellas son madres, esposas, devotas a sus hombres. Y cuando son agitadoras, lo que ellas quieren es un pedazo mayor de la torta. Ellas quieren sueldos más altos, elegir mujeres en los parlamentos, ver una mujer ser presidenta.
Fundamentalmente, creen en la desigualdad, con la diferencia que quieren estar en el top y no debajo. Pero se acomodan bien al sistema o con pequeños cambios para acomodar mejor sus reivindicaciones. EL capitalismo, ciertamente, puede darse el lujo de permitir a las mujeres servir al ejército o entrar en la policía. EL capitalismo es muy inteligente, lo suficiente para dejar más mujeres participar del gobierno. EL pseudo-socialismo puede permitir que una mujer se vuelva secretaria-general de su partido. Esto es una pequeña reforma social, como el seguro social o las vacaciones pagas. ¿La institucionalización de las vacaciones pagas cambió la desigualdad del capitalismo? ¿EL derecho de las mujeres de trabajar en fábricas con salarios iguales a los de los hombres cambió los valores masculinos de la sociedad checa? Pero cambiar todo el sistema de valor de cualquier sociedad, destruir el concepto de maternidad: eso es revolucionario.
Una feminista, se autodenomine o no de izquierda, es de izquierda por definición. Ella está luchando por una igualdad plena, por el derecho de ser tan importante, tan relevante, cuanto cualquier hombre. Por eso, incorporada en su revuelta por la igualdad de géneros está la reivindicación por la igualdad de clases.
En una sociedad en la que el hombre pueda ser madre, para ponerlo en términos de valores y quede claro, la llamada “intuición femenina” sería tan importante cuanto el “conocimiento masculino” – para usar el lenguaje corriente, a pesar de lo absurdo – en que ser gentil o delicado es mejor que ser durón; en otras palabras, en una sociedad la cual la experiencia de cada persona sea equivalente a cualquier otra, queda establecido automáticamente la igualdad, lo que significa igualdad económica y política, entre otras cosas. De esta forma, la lucha de sexos incluye la lucha de clases, pero la lucha de clases no incluye la lucha de sexos. Las feministas son, por lo tanto, izquierdistas genuinas. De hecho, están a la izquierda de lo que llamamos tradicionalmente la izquierda política.
Gerassi – ¿Pero eso es real? Por ejemplo, yo aprendí a no usar la palabra “bonita”, a prestar atención a las mujeres en cualquier discusión de grupo, a lavar los platos, ordenar la casa, hacer las compras. ¿Pero será que soy menos sexista en mis pensamientos? ¿Será, por mis actitudes, que me despojé realmente de mis valores masculinos?
Beauvoir – ¿Usted quiere decir en lo más íntimo suyo? Para serle sincera, ¿a quién le importa? Piense un poco. Usted conoce una persona del sur racista, sabe que es racista porque la conoce desde que nació, pero ella nunca dice “criollo”. Escucha todos los reclamos de las personas negras y da lo mejor de sí para lidiar con ellas. Combate otros racistas, insiste en dar una educación encima de lo común para los niños negros, quiere compensar los años en que faltó escuela para ellos. Les da recomendaciones para que hombres negros consigan préstamos bancarios. Él da apoyo a candidatos negros en su distrito a través de ayuda financiera y con su voto usted piensa que se preocupa por las personas negras. ¿A alguien le importa que él siga pensando de forma tan racista cuando sus actitudes no lo son? Esencialmente, exploración es hábito. Si usted consigue controlarlos, hacer que sea “natural” tener hábitos contrarios, ya es un gran paso. Si usted lava los platos, ordena la casa y toma actitudes que no lo hacen sentir menos “hombre” por hacerlo, usted estará ayudando a establecer nuevos hábitos. Dos generaciones que sientan que tienen que parecer no-racistas el tiempo entero, la tercera ya nacerá no racista.
Entonces finja ser no-sexista, y continúe fingiendo. Piense en eso como un juego. En sus pensamientos más íntimos, puede continuar pensando que usted es superior que las mujeres. En cuanto usted continúe representando de forma convincente – lavando los platos, haciendo las compras, ordenando la casa, cuidando los niños – estará abriendo precedentes, especialmente para hombres como usted, que tienen cierta pose de “macho”. La cuestión es que yo no creo en eso. No creo que usted realmente haga lo que dice, una cosa es lavar los platos, pero cambiar pañales día y noche, es otra.
Gerassi – Bien, yo no tengo hijos…
Beauvoir – ¿Por qué no? Porque usted eligió no tenerlos, ¿piensa que las madres que usted conoce eligieron? O ¿fueron intimidadas a tenerlos? Hablando en términos más sutiles, ellas fueron criadas para pensar que es natural y normal, propio de las mujeres tener hijos, por eso, ¿eligieron tenerlos? Esos son los valores que hay que cambiar.
Gerassi – Cierto. Y es por eso, y yo comprendo, que muchas feministas insistan en ser separatistas. Pero en términos de revolución, tanto la de ellas cuanto la mía, ¿será que podemos ganar si nos separamos en dos grupos totalmente diferentes? ¿Será que el movimiento feminista conseguirá alcanzar su objetivo excluyendo a los hombres de su lucha tanto en Francia como en los Estados Unidos?
Beauvoir – Un momento, primero tenemos que investigar el porqué de las razones de que ellas sean separatistas. No puedo hablar por los Estados Unidos, pero aquí en Francia hay muchos grupos de concientización, de los cuales los hombres son excluidos porque las militantes piensan que es muy importante redescubrir su identidad como mujeres. Solo pueden hacerlo conversando entre ellas, contando entre sí cosas que nunca osarían hablar en presencia de sus maridos, amantes, hermanos, padres, o cualquier otro representante del poder masculino. La necesidad de hablar con la intensidad y honestidad deseada sólo puede ser realizada de esta manera.
Ellas han conseguido comunicarse con una profundidad que nunca pensé que fuera posible cuando yo tenía 25 años. Inclusive cuando yo estaba entre mis amigas mujeres más íntimas en aquella época, los problemas de las mujeres nunca eran discutidos. Entonces ahora, por primera vez, por causa de esos grupos de concientización, y por causa de la fuerza del deseo de confrontar genuinamente los problemas femeninos dentro de esos grupos, están naciendo amistades verdaderas entre mujeres. En el pasado, durante mi juventud hasta hace poco, las mujeres no acostumbraban hacerse amigas de verdad unas de las otras. Se veían entre sí como rivales, inclusive enemigas, o en la mejor de las hipótesis, como competidoras.
Actualmente, como resultado de estos grupos de concientización, las mujeres no solo se hacen amigas como también son capaces de construir amistades verdaderas entre sí, también aprendieron a ser cálidas, abiertas, profundamente tiernas unas con otras: ellas están transformando hermandad y fraternidad en realidad – y sin volver esas relaciones dependientes de una sexualidad lésbica. Claro que hay muchas batallas, inclusive algunas estrictamente feministas con impacto social, de las cuales las mujeres esperan que los hombres participen y muchos lo han hecho. Estoy pensando, por ejemplo, en la lucha por la legalización del aborto aquí en Francia, cuando organizamos la primera demostración de peso hace tres o cuatro años. Recuerdo bien de la gran cantidad de hombres presentes. Eso no quiere decir que ellos no fueran sexistas () pero esos hombres que estaban presentes, eran concientes del sexismo en la sociedad y tomaron una posición política contra eso. En esas ocasiones los hombres son bien-venidos, inclusive los estimulamos a adherir a la lucha.
Gerassi – Pero también hay muchos grupos, por lo menos aquí en Francia, que proclaman su separatismo con orgullo y definen su lucha como estrictamente lésbica.
Beauvoir – Seamos precisos. Dentro del Movimiento de Libertación de la Mujer hay sí muchos grupos que se denominan lésbicos. Muchas de esas mujeres, gracias al MLF y a los grupos de concientización, pueden decir ahora abiertamente que son lesbianas y eso es muy bueno. Antes no había costumbre de ello. Hay otras mujeres que se asumieron lesbianas por una especie de compromiso político: ellas piensan que ser lesbiana es una actitud política dentro de la lucha de sexos, eso sería equivalente a los principios del black power en la lucha racial. Es verdad que ellas tienden a ser más dogmáticas en relación a la exclusión de los hombres de su lucha. Pero eso no significa que ignoren las numerosas luchas que están siendo trabadas por todo el mundo contra la opresión. Cuando Pierre Overney, el joven militante maoísta que fue asesinado a sangre fría por un policía de una fábrica de Renault por no dispersarse durante una manifestación, toda la izquierda organizó una marcha de protesta en París. Todas las llamadas separatistas lesbianas radicales adhirieron a la manifestación y llevaron flores a su túmulo. Eso no significa que ellas expresaran su solidaridad por Overney, el hombre, pero sí que ellas se identificaron con la protesta contra el Estado que explota y comete abusos contra las personas – hombres y mujeres. (…)
Gerassi – Me interesa el tema de que las mujeres sean más libres, me intriga porque en nuestra sociedad la libertad es alcanzada con dinero y poder. ¿Las mujeres tienen más poder hoy después de casi una década de movimiento feminista?
Beauvoir – En el sentido en que usted lo pregunta, no. Las intelectuales, mujeres jóvenes que están dispuestas a correr el riesgo de ser marginadas, las hijas de ricos, cuando están dispuestas y son capaces de romper con los valores de sus padres: esas mujeres sí, son más libres. Por causa de su nivel de educación, estilo de vida, o recursos financieros, ellas consiguen escapar a una sociedad competitiva, vivir en comunidades o al margen, y desarrollar relaciones con otras mujeres similares a ellas u hombres sensibles a sus problemas y de esa forma, se sienten más libres. En otras palabras, las que puedan sustentarse, consiguen sentirse más libres.
Pero como clase, las mujeres ciertamente no son más libres, precisamente porque, como usted dice, no tienen poder económico. Actualmente, hay todo tipo de estadística para probar que el número de mujeres abogadas, médicas, publicitarias, etc., está creciendo. Pero esas estadísticas son engañosas. EL número de abogadas y ejecutivas poderosas no aumentó. ¿Cuántas abogadas pueden agarrar un teléfono y llamar a un juez, u oficial del gobierno, para marcar un horario o pedir favores especiales? Esas mujeres tienen que operar a través de sus equivalentes hombres ya establecidos. () En Francia tenemos a Simone Weil, ministra de salud y a Francoise Giroud, que es la ministra responsable por las cuestiones femeninas, es básicamente una pieza de muestrario destinada a aplacar las necesidades de las mujeres burguesas de integración al sistema. ¿Cuántas mujeres controlan dinero en el Senado? ¿Cuántas controlan la política editorial de diarios? ¿Cuántas son juezas? ¿Cuántas son presidentas de banco, capaces de financiar empresas? Sólo porque hay muchas más mujeres en posiciones de nivel medio, como los periodistas dicen eso no quiere decir que ellas tengan poder. E incluso esas mujeres tienen que hacer el juego de los hombres para ser exitosas.
Todo esto no quiere decir que yo no crea que las mujeres hayan progresado en la lucha. El progreso es resultado de la acción de masa. (…) En acciones de masa, las mujeres tienen poder. (). Volviendo al caso de las mujeres que pueden financiar la búsqueda de la libertación individual, cuanto más pudieran influenciar a sus amigas y hermanas, más esa concientización se ampliará y paralelamente cuanto más frustradas por el sistema, estimularán a la acción de masas. Es obvio que cuanto más esta concientización se expanda, más agresivos y violentos se pondrán los hombres. Entonces cuanto más agresivos sean los hombres, más las mujeres precisarán de otras mujeres para responder, mayor será la necesidad de grandes acciones. Hoy en día, la mayoría de los operarios del mundo capitalista está conciente de la lucha de clases, si ellos se denominan Marxistas o no, no implica que hayan o no oído hablar de Marx. Y así debe suceder en la lucha de sexos. Y sucederá. Gerassi – Usted me dijo el año pasado que estaba pensando en escribir otro libro sobre mujeres, una especie de secuencia de EL Segundo Sexo. ¿Lo va a hacer?
Beauvoir – En primer lugar, ese tipo de trabajo tendría que resultar de un esfuerzo colectivo. Además debería basarse más en la práctica que en la teoría. EL Segundo Sexo fue por el camino inverso, ahora eso no es más válido. Es en la práctica que hoy podemos ver cómo la lucha de clases y la lucha de sexos se intercalan, o por lo menos cómo pueden articularse. Pero eso vale para todas las luchas actuales: en los términos en que se formulan nuestras teorías con base en la práctica y no al contrario. Lo que se hace realmente necesario es que un grupo de mujeres, de todo tipo de países, reúna sus experiencias de vida y que, a partir de ellas, podamos identificar los padrones con los cuales las mujeres lidian en todos los lugares. Es más, esa información debería ser colectada de todas las clases y eso ya es doblemente difícil.
Al final, las mujeres que traban la lucha por la libertación, hoy en día, son en su mayoría intelectuales burguesas; las esposas de obreros e inclusive las obreras se mantienen presas al sistema de valor de la clase media. Intente, por ejemplo, conversar con una de ellas sobre los derechos de las prostitutas y cómo deberían serrespetadas. La mayoría de las obreras se quedaría chockeada con esta idea. Concientizar a las obreras es un proceso muy lento y necesita de mucho tacto. Yo sé que hay extremistas del MLF que están intentando hacer que las esposas de obreros se rebelen contra sus maridos, considerándolos opresores masculinos. Pienso que eso es un error. En Francia por lo menos, no dudará en responder: “pero mi enemigo no es mi marido, es mi patrón”. Mismo teniendo que lavar las medias de su marido y prepararle la comida después de también haber pasado todo el día trabajando en alguna fábrica. Igualmente sucedió en los Estados Unidos, cuando las mujeres negras se negaban a escuchar a las defensoras del movimiento de libertación de las mujeres porque ellas eran blancas. Estas mujeres negras continuaban apoyando a sus maridos negros a pesar de la explotación, simplemente porque las personas que intentaron concientizarlas sobre la explotación eran blancas. Gradualmente, entre tanto, una feminista burguesa consigue llegar a una esposa de obrero, así como en los Estados Unidos, hoy día ya hay algunas mujeres negras – muy pocas, lo reconozco – que dicen, “nosotras no queremos someternos a la opresión de nuestros hombres bajo el pretexto de que ellos son negros y que tenemos que luchar juntos contra los blancos. Eso no es motivo para que nos opriman, solo porque ellos son nuestros maridos negros”. Entre tanto, la lucha de clases, puede estimular y de hecho lo hace, y promueve la lucha de sexos de maneras bien concretas.
En los últimos años, por ejemplo, hubo muchas huelgas, aquí en Francia, en fábricas donde las obreras eran casi todas mujeres. Estoy pensando en la de la industria textil en Troyes, en el norte del país, o en la Nouvelles Galeries en Thionville, o la famosa huelga de Lip. En cada caso, las obreras no solamente adquirían una nueva conciencia como también pasaron a creer más en su poder, y esa actitud tocó el sistema machista que ellas vivenciaban en casa.
En la Lip, por ejemplo, las mujeres tomaron la fábrica y se negaron a evacuar el edificio a pesar de las amenazas de la policía de usar la fuerza para sacarlas. Al principio, los hombres se enorgullecieron mucho de sus mujeres militantes. Ellos llevaban comida, ayudaban a hacer carteles para los piquetes, etc. Pero cuando las mujeres decidieron ser totalmente iguales a los pocos hombres que también trabajaban en la Lip y que también participaban en la huelga, los problemas comenzaron a surgir. Los huelguistas decidieron organizar turnos para vigilar la fábrica e impedir que la policía invadiera. Eso significaba servicio nocturno. Oh, oh. Entonces, de repente, los maridos se incomodaron. “Ustedes pueden hacer huelgas y piquetes cuanto quieran,” dijeron, “pero solamente durante el día, de noche no. ¿Servicio de vigilancia nocturno? ¡Ah no! ¿Dormir en turnos en grandes cuartos colectivos? ¡Ah no!” Naturalmente, las obreras resistieron. Ellas habían luchado por igualdad, no iban a desistir ahora. Ellas se estaban comprometiendo con dos luchas: la de clases contra los patrones de la Lip, la policía, el gobierno, etc., por un lado; y la de sexos contra sus propios maridos, por el otro. Sindicalistas de la Lip contaron que las mujeres se transformaron completamente después de la huelga diciendo “una cosa que aprendí en esta lucha fue que nunca más voy a dejar que mi marido haga a veces de patrón en casa. Ahora estoy contra todos los patrones”.
Gerassi – Usted escribió que tuvo una vida buena y no se arrepiente de nada. ¿Sabía que hay muchas parejas que toman su vida con Sartre como modelo, especialmente en el sentido que ustedes no tenían celos uno del otro, que tenían una relación abierta y que resultó por 45 años?
Beauvoir – Pero es ridículo que nos usen de modelo. Las personas tienen que encontrar su propio estilo, su propia estructura. Sartre y yo tuvimos mucha suerte, pero nuestra educación también había sido muy singular, excepcional. Nos conocimos cuando éramos muy jóvenes. Él tenía 23 años, yo 20. Todavía no nos habíamos recibido, a pesar de que ya estábamos moldeados para ser intelectuales con motivaciones semejantes. Para nosotros, la literatura había sustituido la religión.
(…)A medida que mi relación con Sartre se profundizaba, me convencí que yo era insustituible en su vida, y él en la mía. Estábamos totalmente seguros de que nuestra relación también era muy sólida, nuevamente, predestinada, a pesar de que en la época no nos tomábamos en serio esa palabra. Cuando se confía tanto, es fácil no sentir celos. Pero claro que si yo hubiera pensado que otra mujer podía llegar a ocupar el mismo lugar que yo en la vida de Sartre, sí hubiera tenido celos.
Gerassi – ¿Usted está optimista? ¿Piensa que los cambios por los cuales está luchando se realizarán?
Beauvoir – No sé. De cualquier forma, no durante mi vida. Tal vez en cuatro generaciones. No sé respecto a la revolución. Pero los cambios por los cuales las mujeres están luchando, esos sí tengo certeza de que a largo plazo, las mujeres vencerán.
“La mujer que no quiere ser esclava del hombre, no huye de él en absoluto; mas bien trata de convertirlo en instrumento de su placer. En circunstancias favorables -que dependen en gran medida de su compañero- la idea misma de competición desaparece y se complace en vivir en su plenitud su condición de mujer como el hombre vive su condición de hombre”.
“No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino. Sólo la mediación ajena puede convertir un individuo en alteridad“.
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