Los diarios de Susan Sontag
La forma en la que miran algunas mujeres es absolutamente fascinante. COn el deseo de atrapar esas miradas y de entender cómo vivieron para tenerlas he emprendido este ciclo de Diarios de Escritoras. Ya han pasado por aquí Anaïs Nin, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf. Hoy escribo sobre los ojos de Susan Sontag. Sus diarios publicados en dos partes son una buena forma de acercarse a su forma de entender la vida.
“Renacida”
Los diarios tempranos de Susan Sontag nos permiten comprender el origen de la pasión que irradia toda su obra. Estamos ante textos escritos con una fuerza poderosa pero también con la persecución de la forma, de hacer de lo íntimo un espacio de reflexión sobre la existencia.
Nos encontramos con una Susan Sontag que observa, que estudia, que ayuda, que escucha. Con la mujer apasionada que descubriremos en cada una de sus obras y también con la intelectual comprometida con su tiempo y con la vida. Sin embargo, todavía no está del todo formada su mirada contundente sobre la vida. Todavía no había experimentado situaciones clave para interpretar su identidad y el flujo de su escritura.
Este primer diario abarca dos décadas: desde 1947 hasta 1964, y nos ofrece textos que dejan en evidencia la semilla de lo que más tarde será la inmensa obra de Sontag. Las obsesiones que se convertirán en hilo conductor de su pensamiento y también de su escritura. Sin duda es una forma alucinante para descubrir la chispa, el Big Bang, que creó a una de las autoras americanas más fascinantes de su generación.
“Renacida” se compone de una selección de textos minuciosa; han sido escogidos y editados por el escritor Davir Rieff, que es además el hijo de Susan, y confiesa en el prólogo que ha intentado tomar aquellos que fueran más significativos y reivindicativos de la persona que fue Susan, de esa joven dispuesta a hacer del lenguaje una mirada, una nueva mirada para observar y cambiar el mundo en el que le había tocado ser materia.
“La conciencia uncida a la carne”
Este segundo volumen de los diarios de Susan Sontag es mucho más intenso y creo, mucho más rico estilísticamente. En él encontramos reflexiones mucho más comprometidas. Es posible que esto tenga que ver con que la escritura es atravesada por una época política delicada y el propio pensamiento de Sontag fue marcado por la guerra de Vietnam y las consecuencias sociales que ésta trajo.
Si bien se nota en él, a diferencia del primer diario, una disminución del fuego –la escritura parece mucho más contenida y las búsquedas más ordenadas–, es imposible no percibir el interés que la autora pone en el lenguaje, su deseo de convertirlo en instrumento de comprensión para la vida y la escritura. Esta es para mí una de las cosas más destacables de este texto en lo estilístico. Pero sin duda lo más llamativo y enriquecedor es la forma en la que la mirada de la pensadora se va transformando a lo largo de todo el tiempo que dura (y abarca) la escritura de este diario.
“La conciencia uncida a la carne” abarca desde los años setenta hasta finales de los ochenta, y nos permite vivir de cerca la experiencia que supuso para ella su entrada en el mundo artístico, en una época difícil y a la vez explosiva. Asimismo, nos sirve para encontrar una Susan más cercana. Porque sí, está esa mirada áspera sobre el mundo, pero también cobran especial importancia en su escritura la carne, la tristeza, la herida que la quiebra, sus inquietudes morales, intelectuales y emocionales. Es decir, este diario nos permite acercarnos no sólo a la transformación de la escritora sino también a la maduración de la mujer. Descubrir esto es realmente extraordinario.
Y en esa maduración es vital distinguir la pulsión del deseo que parece rodear todo lo que Susan toca y pensa. El deseo siempre a flor de piel, que intenta hacerse con el control. Y a veces lo consigue. Por esas veces que lo consigue y que Susan es feliz y joven de nuevo, vale la pena la lectura de este diario.