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Qué largo es enero. Qué lejos parece aquel 31 de diciembre en el que prometimos comer menos, correr más, fumar menos, estudiar más y una larga serie de propósitos que harían de nosotros, esta vez sí, algo mejor. Con qué ilusión nos levantamos el 2 de enero, compramos fruta o ropa deportiva, tiramos cajetillas de tabaco, limpiamos nuestra casa de polvo y nuestra mente de pereza.
Pero han pasado ya casi dos semanas y es probable que las tentaciones estén acechándonos. O que, directamente, ya no recordemos cuáles eran nuestras resoluciones. Que no cuando el pánico, no es momento de fustigarse. Es momento de recordar que muchos de nuestros ídolos no creían tampoco en los propósitos de Año Nuevo, y podemos utilizarlos para disfrazar nuestra falta de voluntad: “¡Los propósitos de Año Nuevo son para ingenuos!”, “¡No necesito que el calendario me dicte cuándo empezar con las buenas costumbres!” “Yo estoy en un proceso de mejora constante” “¿Qué sería de la vida sin los vicios que nos hacen disfrutarla?” Hay justificaciones para todos los gustos, solo tienes que elegir la tuya.
Puedes inspirarte en Mark Twain, Anais Nin, G. K. Chesterton,  Charles Bukovski y Oscar Wilde.
Mark Twain publicaba en 1863, en el periódico en el que trabajaba: ” Este es el momento aceptable para hacer los usuales buenos propósitos de cada año. La semana próxima podrás volver a pavimentar el camino al infierno con ellos, como siempre. Ayer todos fumaron su último cigarro, bebieron su último trago y dijeron su última grosería. Hoy somos el ejemplo de una comunidad perfecta. De aquí a 30 días, habremos echado nuestra enmienda al viento y habremos tratado de cortar nuestros defectos considerablemente más cortos que nunca. También reflexionaremos plácidamente sobre cómo hicimos justo lo mismo por esta época del año pasado. Sea como sea, adelante. El Año Nuevo es una tradición inofensiva, sin ninguna utilidad en especial para nadie salvo como pretexto perfecto para beber promiscuamente, hacer llamadas amistosas y propósitos tontos. Ojalá los disfrutes con la holgura correspondiente a la grandeza de la ocasión”
Anais Nin, con 15 años, escribía en su diario: “Cuantas cosas hay que nadie puede escribir ni entender. Esta noche estoy sacudida por muchos sentimientos diferentes, porque me dio cuenta de que un nuevo año está a punto de empezar, y tengo que dejar atrás el viejo. Mucha gente utiliza estas últimas horas hasta medianoche haciendo resoluciones y promesas. Yo no prometo nada. Tengo un carácter tan débil que no puedo prometer ser mejor, pero Dios sabe cuánto lo deseo, con cuánta fuerza y entusiasmo.”
Más adelante agregaría: “No hago propósitos de Año Nuevo. El hábito de hacer planes, criticar, sancionar y tratar de moldear mi vida es una actividad diaria para mí”.
G.K. Chesterton, dijo al respecto: “El objetivo del Año Nuevo no debería ser tener un nuevo año. Debería ser tener una nueva alma y una nueva nariz, nuevos pies, nueva espalda, nuevas orejas y nuevos ojos. A menos que ese hombre en particular hiciera los propósitos de año nuevo, no habrá ningún propósito. A menos que un hombre empiece totalmente de cero, no hará nada efectivo”.
Charles Bukowki escribió en su poema Palm Leaves: “Fin de año siempre me aterroriza… la vida no sabe nada de años”.
Oscar Wilde, como buen amante de las hipocresías, también tiene una cita al respecto: “Las buenas resoluciones son simplemente cheques a nombre de un banco en el que no hay ninguna cuenta”.